Por Jaime Buenahora Febres-Cordero
Cúcuta, ¿quo vadis?
Ya casi mediando la tercera década del siglo XXI, miles de cucuteños a los que nos duele la ciudad sentimos desconcierto y desasosiego por su suerte, dada la caricatura de democracia que tenemos, distorsionada por los altísimos costos de campaña y el inmenso poder que sobre ella ejercen las maquinarias políticas, lo cual conduce a su victoria y la apropiación de la institucionalidad para sus intereses.
Esas estructuras reducen la libre competencia democrática y nuestro derecho a elegir y ser elegidos. Parece mentira que un propósito filosófico loable como la elección popular de alcaldes y gobernadores, hubiera evolucionado a favor de semejante corrupción. El ciudadano de bien termina marginándose de lo público. Y entonces, el camino queda despejado para que se consolide ese poder que destruye el interés general.
La situación de la ciudad es lamentable. Los índices de pobreza e informalidad la ubican entre las más críticas del país, sin perspectivas económicas claras; su nivel de violencia e inseguridad se refleja en más de 300 homicidios por año y miles de delitos de mediano y bajo impacto; el tema movilidad es caótico, por el pésimo estado de las vías, la congestión vehicular, la carencia de un sistema de transporte masivo, el incumplimiento de las normas de tránsito, y la agresividad de muchos conductores; el espacio público, se halla cada vez más deteriorado; los referentes ambientales, como la protección del río, la contaminación vehicular, los espacios verdes y el reciclaje efectivo de basuras, parecen ignorados. Culturalmente, ni siquiera tenemos un museo de historia que nos permita identidad. Todo lo anterior se debe al manejo errático de esas maquinarias enquistadas en la institucionalidad.
¿Qué hacer? Parodiando a Kennedy, no preguntemos qué puede hacer la ciudad por nosotros sino qué podemos hacer nosotros por la ciudad. Involucrarnos, meternos de lleno como colectivo, rechazando ese esquema perturbador hasta recuperarla y colocarla en el sendero del progreso, para que sus ciudadanos tengamos bienestar.
Muchos pueblos, trátese de naciones o ciudades, tienen altibajos en su historia. A Cúcuta le ha ocurrido igual. Por eso, evoquemos esa generación que reconstruyó la ciudad después del terremoto de 1875, con una planeación urbanística ejemplar merced al compromiso de Francisco de Paula Andrade; con un emprendimiento inmenso, como lo demuestran los 55 kilómetros del ferrocarril de Cúcuta, obra concluida en 1887, que permitió sacar los productos hasta Puerto Villamizar; los 16 kilómetros del ferrocarril de la Frontera, que se estrenó en 1897; la puesta en marcha del alumbrado eléctrico, siendo la primera ciudad del país en tenerlo, gracias a sus hijos Augusto Duplat y Juan Cock; y la decisión del tranvía como medio de transporte público, que operó hasta 1941. La cultura también era parte del diario vivir, con el teatro Guzmán Berti, y diversas revistas y clubes literarios. Había mucho amor por la ciudad en esa generación.
Como esos cucuteños de entonces, hay miles todavía, a quienes mucho nos duele la ciudad. Una gran cruzada colectiva, fundamentada en la transparencia y el compromiso, es capaz de rechazar las maquinarias y de recuperar la ciudad. Podemos tener una mejor proyección económica, con productividad y generación de empleo; una movilidad aceptable, soportada en vías adecuadas, descongestión vehicular, buses articulados, zonas con tranvía, y respeto a las normas de tránsito; un medio ambiente sano, con el río recuperado, espacios verdes para la recreación y el deporte, reciclaje obligatorio de basuras, y descontaminación vehicular; una ciudad amable y segura, que enfrente el delito con base en una buena relación policiva y un seguimiento a fondo de la dinámica judicial; en fin, podemos soñar con un mejor espacio público, un par de museos que nos den identidad, y un tejido comunitario en donde la juventud esté empoderada.
Cúcuta, como ciudad intermedia, es todavía transformable. Todo depende de nosotros sus hijos. El trabajo es colectivo, es en equipo, es entre todos. ¡Claro que sí podemos!